domingo, 23 de marzo de 2008

Mature Seduction vol. 2

Soy un inconstante en todo, por eso que no haya post desde hace mucho tiempo. Por eso y porque no me han sucedido muchas historias calentitas ultimamente, que es lo que de verdad importa. Bueno, alguna que otra hay... Por ejemplo, cuando por pura calentura nocturno-etílica envié un sms a una chica que me hizo caso una noche en Getafe, al cual me contestó (dando buena cuenta de su poder deductivo) lo siguiente: "es q solo tacuerdas d mi cuando vas borracho?no t ntiendo,pasas d mi tanto tpo y ahora esto?aclarate" Y como soy un poco cobarde, pues no le contesté.

Haciendo honor al título, voy a retomar la historia del guardarropa, que es totalmente verídica.

Tras el húmedo premio que Dora me obsequió bajo el amparo del guardarropa, apareció mi amigo el rey de francia, que debería abrir su propio blog y contar sus historias, acompañado de unos colegas suyos de curro. Por poco me ven con las manos en la masa. Eso hubiera sido genial, porque la historia habría terminado ya y no tendría que estar escribiendo esta especie de confesionario electrónico.

Dejé a Dora y subí con ellos a echar unos bailables. Iban en buena compañía, tres mozas de bastante buen ver que se movían que daba gusto. Ni me acuerdo de los nombres. Empecé a hacer el tonto con el rey de francia y a bailar, sin ninguna intención caliente (lo juro), con una de ellas, llamémosla Miriam (ya he dicho que no me acuerdo del nombre de ninguna). Bailamos y charlamos un rato y ya dieron las luces para echar a la gente del garito. Mientras todos salían, vi que Dora tomaba una copa en la barra y me acerqué.

- ¿Qué tal está preciosa, me permite acompañarla?

- Ya se de qué va usté, señortio, no crea que soy tonta, ya me di cuenta.

- Dora, de qué habla? No entiendo...

- Le vi a usted bailando con una de esas niñas tan guapas, ya sabía yo que sólo quería reirse de mi, ahora váyase.

- ¡Dora, por favor! Esa chica no significa nada, sólo bailamos un rato, no crea que... - eso, tu trata de arreglarlo, tontaco, encima que se te pone fácil salir de esta.

- ¡Déjeme, señorito, váyase! Quiero estar sola.

- Dora, yo...

- No. Ahora váyase.

Me fui, me giré mientras salía por la puerta. Dora daba otro trago mirando al infinito. Desde entonces nunca bajo a dejar mi abrigo al guardarropa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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